Museo del Dibujo Guillermo Mordillo
 
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Bicentenario 200 años de Humor Gráfico
Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori
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Artistas
Ajler, Ricardo
Alonso, Carlos
Altuna, Horacio
Alvarez Díaz, Nicanor (Alejandro Sirio)
Alvarez, Eduardo
Amengual, Lorenzo (Lolo)
Bacle, César Hipólito
Battaglia, Roberto
Bermúdez Franco, Antonio
Bernabó, Héctor Julio (Carybé)
Blotta, Oscar (Uliano)
Campilongo, Eduardo Omar (Ceo)
Cao Luaces, José María (Demócrito II)
Cascioli, Andrés (Demo)
Caso, Raúl (Araceli)
Centurión, Emilio
Colombres, Juan Carlos (Landrú)
Columba, Ramón
Conti, Oscar (Oski)
De los Ríos, Jorge
De Rojas, Pedro
Del Prado, Alejandro (Calé)
Divito, Guillermo Antonio
Dobal, Miguel Felipe
Ferro, Eduardo (Yayo)
Fontanarrosa, Roberto
Gallo, José Antonio (Toño Gallo)
Garaycochea, Carlos
García Ferré, Manuel
Giménez, Aurelio
Ginzo, José Antonio (Tristán)
Gubellini, Alcides
Huergo, Juan Carlos
Ianiro, Abel
Izquierdo Brown, Sergio
Lavado, Joaquín Salvador (Quino)
Locurátolo, Héctor (Torino)
Lubrano, Germinal
Málaga Grenet, Julio
Mayol, Manuel (Heráclito)
Mazzone, Adolfo
Medrano, Luis J.
Mordillo, Guillermo (Mor)
Nine, Carlos
Palacio, Cecilia
Palacio, Lino (Flax)
Poch, León (Lepó)
Quinterno, Dante
Rechain, Arístides
Reinoso, Cristóbal (Crist)
Repetto, Domingo Mirco (Mirco)
Repiso, Miguel (Rep)
Roux, Guillermo
Roux, Raúl Alejandro
Sabat, Hermenegildo
Scafati, Luis
Seguí, Pedro
Sojo, Eduardo (Demócrito)
Soldati, Oscar
Stein, Henri
Zavalla, Pedro Angel (Pelele)
Zavattaro, Mario
 
Bicentenario 200 años de Humor Gráfico

Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori
del 21 de noviembre de 2009 al 7 de febrero de 2010

36ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
del 24 de abril al 10 de mayo de 2010

Festival Kommisia 2010
en el Centro de Arte Moderno MARS de Moscú - Rusia
del 30 de abril al 27 de mayo de 2010

Honorable Cámara de Senadores de la Pcia. de Buenos Aires
del 2 al 26 de mayo de 2010

Museo de la Ciudad (Buenos Aires)
del 24 de junio al 25 de agosto de 2010

Centro Cultural Pasaje Dardo Rocha (La Plata)
del 8 al 31 de julio de 2010

Centro Cultural Recoleta
del 14 de noviembre al 19 de diciembre 2010


Los dibujantes del armario

En la casa de mis abuelos y en la cual yo había vivido con mis padres hasta los 5 años (después nos mudamos a una casa propia),  había un cuarto, el último de una típica casa chorizo, que era el más interesante para mí.
Allí,  mi tía Mercedes hacía su trabajo para la casa Grimoldi, famosa fábrica de calzado de aquellos tiempos,  pero además se encontraban, cuidadosamente apiladas en un armario, el máximo tesoro de esa vieja casa.  Hablo de la colección de la revista "Caras y Caretas" que había pertenecido a mi abuelo y que ellas, mis tías, atesoraban como herencia o recuerdo de ese viejo atorrante que fue mi abuelo paterno.
Cuando descubrí las ilustraciones de "Caras y Caretas", el mundo cambió para mí.  Después de mudarnos, siempre hacia una visita a la casa vieja,  era sólo una cuadra,  concretamente al cuarto de tía Mercedes para mirar cuidadosamente las antiguas revistas una y otra vez. 
Pasaba horas enteras antes o después de la escuela estudiando esas escenas costumbristas de Buenos Aires, esos generales de la primera guerra mundial, esas caricaturas hechas aparentemente sin esfuerzo y con tanta maestría. 
"Adonde vas?"- preguntaba mamá cuando salía de casa. 
"A mirar a los dibujantes del armario"- contestaba yo harto de decirle siempre lo mismo.
Años después, mis tías se apiadaron y me las regalaron.
Antes de cumplir los diez, ya podía reconocer sin problema alguno, con tan sólo darle una ligera mirada, al autor de tal o cual ilustración.  Me había convertido en un experto porque una de mis mayores preocupaciones había sido reconocer y memorizar las firmas de los autores, esos tipos prodigiosos que habían podido concebir semejantes maravillas.  Sabía muy bien que se podía esperar de cada uno de ellos.  Las sombras violáceas que proyectaban las figuras de Zavattaro me indicaban que el tipo sabía de impresionismo, y Málaga Grenet, el increíble peruano estaba al tanto de los hallazgos de la revista alemana "Simplicissimus" y del naciente expresionismo.
Sólo el español Redondo podía describir el clima patético de una fonda de mala muerte donde se mal-comía, porque él también era un inmigrante pobretón.  Redondo fue un pionero del pop argentino.
Pero, de dónde habían salido semejantes artistas?  Por gracia de quien se habían juntado todos allí?  Bueno, ése era el mérito de "Caras y Caretas", ser una revista ilustrada.  Algo que ya no tenemos.
Porque a pesar de que también contenía fotografías, y en gran cantidad, las estrellas eran los ilustradores, esos grandes artistas  cuya conexión con el arte de los pintores de galería nunca fue tan evidente como en ése momento, y que además podían travestirse de caricaturistas o humoristas sin que se resintiera en ningún momento la solidez del dibujo, la elegancia del estilo o la frescura del color.  Jamás el arte de la pintura fue tan democrático como en ése momento, por compartir con un público general materiales de complejidad estética superior,  como nunca antes había ocurrido y como no volvió a ocurrir después.
Si uno piensa que para que éste milagro se concrete es necesaria una impresión excelente, debemos decir que la impresión de la revista era superlativa.  Y llega a niveles impensables sólo comparables a un libro de arte moderno, cuando lanza al mercado la refinadísima "Plus Ultra", una revista en papel ilustración de alto gramaje, a gran tamaño y dedicada a un público de mayor poder adquisitivo y con inquietudes culturales.
Ver una ilustración de Zavattaro a casi 40 cms. de ancho era para caerse al suelo.  Y sobre todo cuando uno se enteraba de que el tal Zavattaro, un inmigrante italiano, desplegaba sus sutiles y transparentes pinceladas de gouache y acuarela cuando podía, porque en realidad su mayor pasión y a la cual más tiempo dedicaba era... la lucha libre.
Este tipo de publicaciones, casi pioneras ya que emergieron luego de "El Mosquito" y "El Quijote", fueron y desgraciadamente ya no son por falta de formas de difusión como podrían ser auténticas y completas historias del arte gráfico argentino, verdaderas escuelas del oficio para aquellos afortunados que como en mi caso pudimos recorrer sus páginas.
Esta educación artística popular continuó luego con creadores diferentes, luciéndose en soportes gráficos más modestos y con impresiones masivas e industriales, como las de "Rico Tipo" y "Patoruzú". 
El sistema de trabajo había cambiado y los conductores de las publicaciones imponían ahora su punto de vista y el criterio estético a sus colaboradores, incluyendo un determinado tipo de visión del mundo y hasta la clave cromática.  También se podía detectar aguzando los sentidos,  una larvada admiración por el práctico criterio gráfico norteamericano.
De todos modos, la maestría de Eduardo Ferro, de Oski, de Battaglia, de Calé,  seguían desarrollando desde esas ásperas páginas todo el mandato pedagógico heredado de las décadas anteriores. 
Las acuarelas y el gouache había dejado paso a las plumas Guillot, el color había retrocedido y la tinta negra era ahora las sintética estrella solitaria.
Muchos años después y habiendo incorporado a mi experiencia visual a centenares de ilustradores, humoristas, historietistas y caricaturistas a través de miles de publicaciones, y tras haber recorrido el mundo de la plástica con la guía de la academia de bellas artes, siempre vuelvo a las páginas reveladoras de "Caras y Caretas", buscando en los maestros mencionados la solución a mis problemas estéticos.
Supongo que es algo parecido a lo que otros hacen con la Biblia, tratando de resolver el misterio divino.
Estos artistas, junto a otros dedicados a la gráfica, aún esperan reconocimiento.
Ya es hora que salgan del armario para que los ilumine la luz del día.

Carlos Nine - Dibujante
2009


Siglo XIX - De los peinetones de Bacle a la caricatura política

La serie humorística de litografías sobre damas porteñas ataviadas con exagerados peinetones que César Hipólito Bacle realizó en 1834, nos transporta a uno de los primeros momentos en que los porteños se rieron de ellos mismos a través de las imágenes. No es casual que estas primeras caricaturas de costumbres que aparecieron en el Río de La Plata hicieran referencia a las particularidades de la moda de aquel momento. Entre 1830 y 1837 aproximadamente, se desató en tierras porteñas un furor por el uso de peinetones mucho más grandes que los modelos de peinetas españolas introducidos años antes. La serie de Bacle se denominó “Extravagancias de 1834” y formaba parte de un álbum llamado Trages y costumbres de la Ciudad de Buenos Ayres publicado entre 1834 y 1835. Esta es la única serie en clave cómica del álbum y en ella se despliegan no sólo las particularidades pintorescas del tamaño del peinetón sino que   se pone el acento en los peligros que el accesorio entrañaba, al punto que una disposición policial regulaba la circulación por las veredas y otorgaba el paso por la derecha a las damas que usaban peinetón. Además de los datos pintorescos, lo que las imágenes de Bacle ponían en evidencia era la conquista de un espacio físico y simbólico por parte de las mujeres al tiempo que mostraban los peligros a los que se exponía el sexo masculino con este avance.
La segunda parte del siglo XIX se caracterizó por los importantes debates políticos relacionados con el ingreso del país a la modernidad y el establecimiento de un modelo de nación. La prensa periódica fue uno de los principales escenarios de debate y discusión y junto con los textos y los discursos escritos, se desarrolló ampliamente el campo de la caricatura política. El rol que la caricatura jugaba en estas publicaciones estuvo relacionado con la ampliación de los debates a un público más vasto. Por este medio, las discusiones políticas trascendían el espacio intra-elites al tiempo que, la caricatura, con su propio lenguaje expresivo dirigía las simpatías y muchas veces definía las acciones de un grupo mucho más grande de la ciudadanía. Además la caricatura se transformaba en el espacio de opinión, burla, satirización y agresión que otros discursos muchas veces no lograban concretar.
No sólo Buenos Aires concentraba un importante número de publicaciones satíricas e irónicas. También surgieron muchas en el interior del país que se hacían eco de las porteñas y satirizaban a personajes de la política nacional y local. En la ciudad de Rosario una de las más importantes fue el semanario dominical La Cabrionera que definió a la sátira política y a la burla como su principal línea editorial. Como muchas de estas publicaciones, La Cabrionera vio interrumpida su circulación varias veces y tuvo tres períodos de vida entre 1871 y 1890.
Las décadas del setenta y del ochenta del siglo XIX fueron especialmente prolíficas en este tipo de ediciones pues acompañaban el fragor de la gran actividad política contemporánea. Muchos semanarios adherían claramente a las ideas políticas de ciertos actores, como en el caso de La Presidencia, semanario político y literario que simpatizaba con la gestión de gobierno de Bartolomé Mitre. En La Presidencia dibujaba Enrique Stein, un francés llegado al país en 1866, quien firmaba sus trabajos como “Carlos Monet”. En 1868, Stein comenzó a trabajar en El Mosquito (1863-1893), que en un principio adhería a la política de Adolfo Alsina, contraria a Mitre, de modo tal  que Stein, mediante el uso de seudónimo, se desempeñó por un momento en publicaciones enfrentadas políticamente. Stein llegó a dirigir El Mosquito desde 1872  y terminó adquiriéndolo años más tarde.
Eduardo Sojo, periodista y dibujante madrileño llegado al país en 1881, fundó Don Quijote en 1884. Su obra es una de las que más demuestra el impacto del humor gráfico en la política: el presidente Juárez Celman le prohibió dibujar su caricatura. Ante esto, Sojo decidió comenzar a representarlo como “burrito cordobés”. Desde las páginas de Don Quijote se apoyó decididamente a la Revolución del Parque de 1890 cuyo resultado fue la caída de Juárez Celman. Sojo y sus caricaturas fueron vistos por sus contemporáneos como fundamentales para este proceso.
José María Cao, también español, llegó a Buenos Aires en 1886 y fue uno de los principales dibujantes de Caras y Caretas. Desde las páginas de esta publicación se encargó de realizar un estudio sumamente detallado no sólo de los políticos sino también de todas las personalidades de la cultura porteña de fines del siglo XIX y principios del XX. Sin descuidar la sátira y la ironía, su lenguaje y su retórica visual dan cuenta de las grandes capacidades técnicas que poseía para reproducir las logradas síntesis físicas y psicológicas de los personajes que retrató.

Marcelo Marino – 2009

 

1900-1920- La caricatura en los semanarios populares

Las transformaciones políticas, económicas, tecnológicas y sociales operadas en Buenos Aires a fines del siglo XIX y comienzos del XX conjuntamente con los fenómenos de urbanización y alfabetización condujeron al surgimiento de los primeros semanarios populares de carácter masivo cuya presencia material en el contexto urbano transformaría el paisaje cultural de la modernidad. Caras y Caretas fue el primero de ellos que,aparecido el 8 de octubre de 1898, fundado por el periodista español Eustaquio Pellicer junto con Bartolomé Mitre y Vedia ­–hijo del ex presidente y fundador del diario La Nación– logró en poco tiempo un éxito sin precedentes, alcanzando una tirada inédita para el mercado local. Su primer director fue el escritor José S. Álvarez –Fray Mocho–, acompañado por Manuel Mayol en la parte artística y por el mismo Pellicer como redactor principal.
Como fenómeno cultural innovador fue el primer periódico ilustrado que abarató el precio sosteniéndose con la venta de publicidad y utilizó novedosos sistemas de producción y tecnología poniendo al alcance de un público amplio de clases media y popular una abundante cantidad y diversidad de información, ficción e imágenes. Las mutaciones visuales fueron muy significativas, la utilización de todos los recursos gráficos –caricaturas, color, fotografías y publicidad ilustrada–, con la implementación de la última tecnología disponible –fotograbado de medio tono, linotipia y poderosas máquinas de impresión– hicieron del semanario una suerte de punto de partida de la revista moderna argentina.
Sus principales ilustradores –Arturo Eusevi, José María Cao, Cándido Villalobos, Francisco Fortuny, Aurelio Giménez, Juan Sanuy, Ramón de Castro Rivera, José Foradori, Eduardo Holmberg, R. Steiger, H. Vaccari, Juan Hohmann, Mario Zavattaro, Manuel Mayol– desplegaron una trama visual que abarcaba la crítica política en la cubierta de la publicación satirizando a color algún hecho de la semana; el retrato caricaturesco de algún personaje del ámbito político, científico, militar o artístico en la sección “Caricaturas contemporáneas”; intervenciones de humor gráfico a página entera o en forma de viñetas ensayando las primeras historietas, así como ilustraciones más “serias” acompañando los relatos literarios y un desarrollo más pictórico en las “Páginas artísticas”.
Muchos de ellos eran inmigrantes que habían tenido práctica artística en sus lugares de origen y algunos una educación académica. Su trabajo se desarrolló entre el arte y la cultura masiva adaptando sus competencias, tradiciones y modalidades visuales al medio que solicitaba su trabajo y a los modos de producción del grabado industrial en el camino de la conformación del campo profesional de la cultura gráfica.
Vinculadas al modelo establecido por Caras y Caretas, otras publicaciones ilustradas aparecidas en las primeras décadas del siglo XX contribuyeron por su parte a diversificar la oferta de productos impresos, multiplicándose en simétrica medida las oportunidades de profesionalización de los ilustradores, en algunos casos verdaderos protagonistas de esos nuevos proyectos editoriales. Los semanarios PBT (1904) y Fray Mocho (1912), y más tarde la revista mensual Plus Ultra (1916), editada por la misma empresa periodística de aquel semanario pionero, son ejemplos paradigmáticos de ese proceso.
PBT, “semanario infantil ilustrado para niños de 6 a 80 años”, fue otro emprendimiento de Pellicer, dirigido en su primera época (hasta 1918) por Eduardo A. Holmberg, Enrique M. Rúas y Emilio Dupuy de Lôme sucesivamente. Fray Mocho, así bautizada en homenaje al director de Caras y Caretas, fallecido en 1903, fue concebida por colaboradores de esa misma redacción, entre ellos Carlos Correa Luna, José María Cao y Juan Hohmann. Plus Ultra, por su parte, distanciándose del perfil popular de aquellos semanarios a través de su mayor formato, materialidad lujosa y frecuencia mensual, aunque conservando algunos toques de humor, apareció en 1916 bajo la dirección de Manuel Mayol. En 1919 la dirección pasó a manos de Juan Alonso, español como aquel, y posteriormente a Eduardo Álvarez. Todos ellos habían transitado la redacción de Caras y Caretas, y aunque además de su labor periodística estaban vinculados a los circuitos de las bellas artes, más prestigiosos pero no menos incipientes, nunca dejaron de ser considerados fundamentalmente ilustradores que se ganaban la vida con esa actividad. Ese era el caso también para Juan Carlos Huergo y Julio Málaga Grenet, cuyos dibujos ilustraban indistintamente, dentro de un mismo ejemplar, publicidades y artículos periodísticos. Y para Alejandro Sirio, a quien Mayol descubrió a través de los diseños que había realizado para la vidriera de una sastrería en la que trabajaba como cajero, y que además de caricaturista de Caras y Caretas y Plus Ultra acabó siendo ilustrador de La Nación, La Prensa, El Hogar, y un sofisticado ilustrador de libros (La gloria de don Ramiro; Muchacho de San Telmo; De Palermo a Montparnasse). En definitiva, la versatilidad estilística de estos artistas, no menos acusada en el caso de Emilio Centurión –premiado más de una vez en el Salón Nacional– no habla sino de aquel proceso de profesionalización que Caras y Caretas, hacia fines del siglo XIX, había inaugurado.

Sandra Szir y Julia Ariza - 2009


1930-1950-  La edad de oro

1928 es un punto de inflexión en la historia de la historieta: aparece  El Tony y el diario Crítica anuncia la llegada de Patoruzú. 
El Tony, originada en el suplemento infantil de Páginas de Columba, es la primera revista totalmente integrada por historietas y se mantuvo en el mercado por más de 70 años. Raúl Roux, uno de sus principales dibujantes, inauguró la primera serie de “historietas serias” adaptando, entre otras Hansel y Gretel, Robinson Crusoe, La isla del tesoro y Simbad el marino.
Patoruzú, una de las tiras  más perdurables y recordadas del siglo XX, fue inicialmente publicada en Crítica, donde su autor Dante Quinterno se había formado con el legendario Mono Taborda. En poco tiempo, la historia fue transformándose: en un principio el indio tehuelche – “el cacique Curugua –Curiguagüigua”- se incluye como una aventura de “Don Gil Contento”, un "porteño" que aspira a formar parte de la aristocracia de Buenos Aires. Es Don Gil quien lo rebautiza “ Patoruzú”. Poco después, el mismo personaje reaparece en otra historieta de Quinterno en La Razón, “Julián de Montepío”, un solterón vividor y juerguista, modelo de Isidoro Cañones, pero pronto es relegado a un segundo plano por este indio bonachón e ingenuo. Ya en 1934 Patoruzú es estrella en El Mundo  y dos años más tarde sale la revista mensual cuyo éxito de ventas la convierte en semanal hasta 1977. En 1937 aparece El Libro de oro de Patoruzú, -que se publica anualmente hasta 1984- y en 1945 Patoruzito conquista la calle.
En la década del treinta, cuando las historietas se multiplican en diarios y revistas, nacen nuevos personajes que conforman graciosos estereotipos sociales basados en la observación de personas reales. Así ocurre con dos memorables creaciones de Lino Palacio: Ramona y Don Fulgencio. Ramona, inspirada en una inocente mucama gallega que malinterpreta todo lo que le dicen; no menos inocente, “Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia” (1938, La Prensa) surgió de la observación de un vendedor de biblias muy solemne que solía comportarse como un niño cuando nadie lo miraba.
Frente al estallido de la Segunda Guerra, los humoristas no permanecen al margen: la risa funciona como una catarsis en medio de la crisis política mundial. En 1939, las caricaturas de Flax -Lino Palacio- en el diario La Razón ridiculizan a las figuras de Hitler, Mussolini, Churchill o Franco, resaltando sus rasgos más reconocibles –el bigote de Hitler, la poderosa mandíbula de Mussolini- mientras que Manuel Kantor impone un clima dramático en sus caricaturas anti-nazis y anti-franquistas que aparecen en los diarios Orientación y otros de filiación comunista.
Hacia mediados de los años 40, el humor gráfico ocupaba un espacio importante dentro de las formas de diversión de los porteños, junto con la radio, el cine y el teatro de revistas. Es la llamada “edad de oro de la caricatura nacional”. Patoruzú lideraba el mercado, con gran éxito en las ventas y por entonces había logrado consolidar un staff de destacados humoristas que, bajo la jefatura de Tulio Lovato, daban vida a criaturas inolvidables: Eduardo Ferro a “Bólido”, el gordito un tanto lento, “ Cara de Angel” y más tarde “Tara Service” -así como “Langostino” para la revista Patoruzito-; Oscar Blotta con “Ventajita” y “El gnomo pimentón”, Rodolfo Claro (Mico), Roberto Battaglia con “ Mangucho y Meneca” para Patoruzito, León Poch con sus “Temas porteños” y un joven que se las trae: José Antonio Guillermo Divito. En 1944, Divito se separa de Patoruzú para fundar Rico Tipo, que se convierte en su más feroz competidora con una tirada de 350.000 ejemplares. Si la publicación de Quinterno se promocionaba como "la revista de humor para toda la familia”, Rico Tipo derrochaba picardía y abundaba en comentarios audaces para la época. Las “chicas Divito”, sugestivas señoritas con cintura diminuta y polleras cortas, impusieron un modelo femenino que causó furor tanto en hombres como en mujeres.
La redacción de Rico Tipo congregó lo más interesante del humorismo porteño de entonces.  Abel Ianiro dibujaba a “Purapinta”, un guapo de gran porte pero incapaz de matar una mosca; Adolfo Mazzone, a “Afanancio” y “ Piantadino”,  y Alejandro del Prado –Calé-, trazaba la doble página “Buenos Aires en camiseta”, una aguda observación de la vida en los barrios y el centro: el fútbol, el club, la oficina, y los pintorescos estereotipos porteños –la niña casadera, el tanguero, el galán, el chanta, el hincha.
Divito crea para su revista personajes que se integran a la vida diaria como si fuesen reales: “Fúlmine”, el artífice de la desgracia; “Fallutelli”, oficinista trepador, odiado por todos, además de “El otro yo del Dr. Merengue”, que ya había publicado en El Hogar en 1937. Se trata de un abogado de personalidad dual: nunca pierde la compostura, pero su “otro yo” dice lo que realmente piensa. Su esposa y el jefe suelen ser el blanco de su lado oculto, que también surge para burlarse de los defectos ajenos, mostrar ironía y, naturalmente, perseguir mujeres.  

Marcela Gené – 2009
 

1960-2010- El humor gráfico entre dictaduras y democracia

Los años sesenta fueron tiempos de trasgresión, innovación, crítica, compromiso, transformaciones y expectativas así como también de estrechamiento de las relaciones entre cultura y política. El humor gráfico también asistió a un proceso de renovación. La novedad la aportaron Oski y Landrú quienes desplegaron un humor absurdo y estéticamente ingenuo. Tía Vicenta fue la revista que recuperó el humor político y reunió a los mejores humoristas de la época hasta su clausura en 1966 por parte de la dictadura militar encabezada por el general Onganía. Los intentos de frenar y reencauzar en sentido conservador y católico las transformaciones sociales y culturales no impidieron la aparición de Mafalda, una niña inquieta y contestataria, quien junto con sus amigos y familia era la protagonista de la tira semanal de Quino publicada en Primera Plana y, posteriormente en El Mundo. Los obstáculos que se interponían al despliegue del humor gráfico en el país contribuyeron a que humoristas como Mordillo, Oscar Trillo, Oski y Quino buscaran reconocimiento y mercado para sus obras en el exterior, abriendo así un camino que luego seguirán las nuevas generaciones.
Si el Cordobazo fue el inicio de una década marcada por la violencia política, la transición a la democracia impulsada por el general Lanusse relajó la censura y trajo aires de renovación en el campo del humor gráfico. Las revistas humorísticas reaparecieron y con ellas irrumpió una nueva generación de dibujantes que impusieron nuevos estilos con el objetivo de hacer humor más allá de las divisiones políticas. En 1971, en Córdoba, Alberto Cognigni creó Hortensia y en 1972 Satiricón apareció en Buenos Aires. Un año más tarde, el diario Clarín nacionalizó su página de humor: Landrú, Sábat, Fontanarrosa y Crist se sumaron a Ian, Dobal y Caloi, hasta entonces únicos humoristas locales en el diario.  Hortensia reivindicó la tradición humorística de la provincia mediterránea e innovó en el humor costumbrista al valorizar la cultura popular. Su éxito le permitió conquistar Buenos Aires. En ella colaboraron, entre otros, Aldo Cuel, Ortiz, Cler, Amuchástegui, Ian, Caloi, Bróccoli, Peiró, Crist y Fontanarrosa, quien comenzó a publicar allí sus historietas más célebres: “Inodoro Pereyra, el renegau” y “Boogie, el aceitoso”.
Satiricón surgió de una idea de Oskar y Carlos Blotta, Andrés Cascioli y Pedro Ferrantelli. La revista propuso una mezcla novedosa y atractiva de humor satírico, con fuerte erotismo, información y reflexiones críticas. Fiel a su carácter irreverente, Satiricón  abogó por la libertad de pensamiento, riéndose de todo, liberándose de tabúes y de lo políticamente correcto. El retorno a la democracia no fue un tema ignorado por los periodistas y humoristas de la revista que incurrieron en el humor político. En ella publicaron además de Cascioli y Blotta, Fontanarrosa, Oski, Oscar Trillo, Caloi, Amengual, Heredia, Ajler, Izquierdo Brown, Sanz, Ceo, entre muchos otros.
Con la muerte de Perón y el ascenso de Isabel a la presidencia se intensificó la escalada de violencia.  Satiricón fue clausurada a fines de 1974 y sus colaboradores se refugiaron en Mengano, de Julio Korn y en Chaupinela, de Cascioli. La radicalización política y la instauración de una nueva dictadura no constituyeron un campo fértil para las publicaciones de humor gráfico, que con pocas ventas y acosadas por la censura tuvieron una vida efímera.
En 1978, y en virtud de ciertas grietas en la coraza impuesta por la dictadura militar, se filtró una nueva publicación de humor gráfico de Andrés Cascioli: HUMOR Registrado. Aparecida en medio de la euforia mundialista, marcó un quiebre en la monotonía cotidiana de los medios de comunicación masivos. HUM® aportó aire fresco a una cultura dominante enmohecida, habilitando la emergencia de la polifonía social vulnerada por la dictadura, desafiando, inclusive, los límites de la censura. Bajo la dictadura militar, HUM® fortaleció sus posturas críticas y opositoras que derivó en un proceso de trasformación de una revista de humor a una revista política, sin abandonar el primer sentido, además de consolidar una posición destacada en el campo cultural al franquear un espacio público de debate cultural, social y político. HUM® reunió, entre otros, a Oski, Fontanarrosa, Trillo y Altuna, Izquierdo Brown, Ceo, Fati, Nine, Grondona White, Sanz, Horatius, Cilencio, Meiji, Viuti, Tabaré, Crist, Cardo, Sanyú, y se iniciaron en la profesión: Lánger, Rep, Daniel Paz y Maitena. Se publicó hasta 1999, aunque para entonces había perdido el lugar central en el humorismo gráfico de los tiempos de la dictadura.
A partir de los años noventa, se asiste al ocaso de las publicaciones periódicas de humor gráfico. Son los diarios los que reúnen a los principales humoristas: Rep, Rudy, Daniel Paz, Liniers en Página/12, Fontanarrosa, Tabaré, Crist, Sendra, Sábat, Landrú, Quino, Altuna y Trillo, Caloi, Dobal, Cardo en Clarín; Huadi, Liniers, Maitena, Nik, Heredia, Mordillo, Nine en La Nación y por otro, son los libros individuales y luego, las páginas webs donde los humoristas difunden su producción.

Mara Burkart - 2009
 

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