Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori
del 24 de septiembre hasta el 30 de noviembre de 2005
Los tres caballeros
De los tres protagonistas de esta muestra -Don Miguel de Cervantes y su personaje el Quijote, y de su ocasional ilustrador, el notable pintor Carlos Alonso-, mucho se ha escrito y mucho se escribirá. Cualquiera de los tres, a fuerza de imaginación, talento y maestría, ha convocado enormes cantidades de críticas, interpretaciones, alabanzas y ditirambos.
Este pequeño prólogo no puede competir con ello.
Es por eso, que, con muchas ganas de decir algo yo también que refleje la gran satisfacción de tenerlos convocados en nuestro Museo, no he tenido otro camino que recurrir a mis sentimientos y a mi imaginación.
Luego de leer y empaparme hasta de los más pequeños opúsculos producidos al respecto de Alonso, y con los lejanos recuerdos de haber leído hace mucho en el Quijote, los ejemplares actos de heroísmo de un caballero, inventado por otro caballero en condiciones de vida no menos novelescas, me han hecho pensar en qué sorpresas da la vida.
El joven Alonso, en el momento de ganar el Concurso Emecé para ilustrar la gran obra de la literatura castellana habrá pensado que él también se convertiría con el tiempo en el personaje que pelearía a lanzazos contra los molinos de viento, con el corazón destrozado, defendiendo a su querido maestro Spilimbergo, solo, abandonado y muerto?
Que también tendría que salir al combate armado solo de sus pinceles, para pelear con los gigantes que habían decretado la muerte de la pintura?. Que tal defensa lo llevaría a producir cantidades de espléndidas obras donde mostraba simplemente a los grandes maestros que desde el cielo o el infierno lo apuntalaban en su lucha? Que desde aquel Tucumán creativo de los cincuenta, -de donde sacaría sus armas- arremetería contra el ignorante mercadismo y conquistaría su espacio entre los primeros lugares del arte?
En fin, que como el Quijote marchaba montado en Rocinante hacia el final de una manera de vida, hacia el fin de la caballería, de la hidalguía, del romanticismo, él pintaría, machacaría sobre la odiosa tragedia que nos acechaba, pintando carne, sangre, canallas que fornicaban sobre sangre y entrañas, presintiendo que se acercaba el tiempo en que el hombre sería una media res colgada en la ganchera de un maldito lugar que no merecía ser ni el cielo ni el infierno de su Divina Comedia, y puesto allí por hombres que parecían ser como nosotros y que nos haría dudar -como dudamos ahora- de nuestra propia condición humana.
Que también a él lo herirían de muerte?
Don Quijote se retira a Unquillo. Después de las justas, de la pelea, del delirio y la laceración, vuelve a buscar el bien que resta en los reflejos de la naturaleza, en el calor de su cama, en su casa de piedra, en su pueblo de piedra.
Agradezco a Hugo Maradei y al Museo del Dibujo y la Ilustración esta exhibición de cámara de este magistral caballero andante ilustrando a sus dos compañeros: el Quijote y Cervantes.
Arq. María Isabel de Larrañaga
Directora del Museo de Artes Plásticas
Eduardo Sívori
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