Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori
del 17 de noviembre de 2007 al 10 de febrero de 2008
Prólogo
Cuando yo era más chico, y aún salían el Rico Tipo y el Patoruzú semanal, quería que me llevaran a ver el Obelisco. En alguna revistita, quizás en Locuras de Isidoro, había visto el monumento egipcio implantado en una ciudad sin poder, y ejerció un misterio en mí, que era un pibe de barrio, no del centro; yo era de Boedo.
Soñaba con el momento en que papá, que era taxista y seguramente estaba harto de pasar por ese mamotreto vertical, me llevara a verlo. En tanto no lo hacía, yo buscaba señales de mi ciudad en los dibujos. Las encontraba en Quinterno, por supuesto en el gran Torino, y en las páginas de los dos semanarios de humor de los sesenta, que languidecían en los kioscos.
Ferro no dibujaba mucho a Buenos Aires, tampoco Quino, ni Aboy ni Toño Gallo, Camblor y Liotta. No encontraba en sus producciones a esos hitos porteños tan fotografiados oficialmente. Sí encontraba una BA sesgada, de soslayo, desde las tipologías humanas. Sabores e idiosincracias grotesquizadas, los maestros trabajaban desde allí. Tampoco en las revistas infantiles encontraba eco de mis curiosidades urbanas; ni García Ferré y Fola desde Anteojito, ni mucho menos en la cipaya Billiken, llena de historietas de afuera y ya sin las tapas de Lino Palacio, prestaban atención a una ciudad tan particular y opulenta por entonces.
Más tarde encontré, casi museísticamente, meticulosas señales de arquitectura porteña en Calé, en Medrano, en el célebre poster de Geno, en Battaglia, Pedro Seguí, el gigantesco Mazzone, Fantasio, Garayco, y, claro, en la generación de Satiricón, pero yo ya había dejado atrás la primera inocencia.
Pero en el ADN de todos los que dibujamos Buenos Aires con obsesión o como mero telón de fondo, están Ramón Columba, Diógenes Taborda, Ianiro, Cotta, Mirco, Redondo, Lanteri y Rechain. Y, como siempre. el insoslayable Oski.
Ésa fue la ciudad con la que me encontré antes de recorrerla yo mismo, una construcción sin solemnidades y con plena escala humana, susurrada por humoristas, esbozada por dibujantes cálidos. Muchos de ellos están en esta muestra.
( una noche, finalmente, papá nos llevó de paseo y cruzando Corrientes por Talcahuano, vi en 3 interminables segundos un obelisco amarillo y mucho más petiso que el que imaginaba. Fue el kilómetro cero para construír mi propia Buenos Aires. Espero que no me haya salido tan fea como lo pienso al inconcebible totem egipcio, fuente de misterio y comienzo de todas mis preguntas porteñas )
Miguel Rep
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